De la nobleza y excelencia del sexo femenino

Para melhor entender este texto, é necessário um entendimento não sexista em geral e não feminista em particular, mas antes hermafrodita, sem o qual será apenas di-vertido.

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«La mía es una tesis inaudita, pero en modo alguno contraria a la verdad, que concierne a la nobleza y aún más, a la excelencia del sexo femenino, y esta tesis la he abordado con audacia y sin pudor, aunque no sin cierto temor habida cuenta de mis posibilidades.
Debo confesar que en más de una ocasión y en mi fuero interno mi audacia tuvo que combatir contra mis escrúpulos. Pues si querer abrazar, en un único discurso, los innumerables méritos de las mujeres, sus virtudes y su absoluta superioridad es un plan enteramente ambicioso y audaz, pretender acordarles, además, la preeminencia sobre los hombres ya es completamente chocante, colmo de la vergüenza y cosa propia, al parecer, de espíritus afeminados; quizás por esta razón tan pocos autores se aventuraron a dejar por escrito la alabanza de las mujeres y que entre ellos ni uno solo, hasta el día de hoy, se haya atrevido a afirmar su superioridad sobre los hombres.

Mas yo entiendo que es injusto y sacrílego pasar en silencio por encima de una verdad tan obvia y que a un sexo tan noble le sean negadas las alabanzas que merece defraudando de este modo sus méritos y su gloria. Y a pesar de las dudas y los sentimientos contradictorios que me llenaban de ansiedad, el temor de ser tan injusto como sacrílego triunfó sobre mis escrúpulos dándome suficiente audacia como para coger la pluma, pues temí ser más audaz aún si guardaba silencio. Interpreté como un presagio feliz que el cielo me hubiera reservado para una empresa tal, empresa negligida hasta aquel momento por la turba de los sabios.

Por tanto, voy a revelar la gloria de la mujer sin ocultar la consideración que merece y, lejos de ruborizarme por haber abordado un tema así, otorgando mi preferencia a las mujeres por encima de los hombres y, lejos de pensar que por ello deba ser vituperado, apenas me atrevería a pedir perdón por haber tratado de un asunto tan noble haciendo uso de un estilo más modesto del conveniente si no tuviera como excusas el poco tiempo de que disponía, la dificultad del tema, la justeza de la causa y el hecho de que ni la adulación ni la lisonja me han empujado a esta empresa; estas circunstancias explican que haya preferido presentar mis palabras de alabanza no a través de imagenes hábiles o ficciones encantadoras, sino ofreciendo mi tesis en sí misma, fundamentándola sobre la razón, la autoridad, los ejemplos y los testimonios que se extraen de las Santas Escrituras y de los dos derechos.

A ti, serenísima Margarita, ofrezco la obra que a ti fue consagrada y prometida; a ti, que por nobleza de nacimiento, esplendor de virtudes, gloria de elevados hechos, no tienes parangón en el mundo todo entre tus más ilustres contemporáneos esclarecidos por Apolo, Diana, el Día, la Aurora y Vulcano, esas cinco divinidades; a ti, que has sido exaltada con un tal cúmulo de virtudes que, por tu vida y costumbres, superas todas las alabanzas dirigidas al sexo femenino, de quien tú eres ejemplo vivo e irrefutable testimonio. A ti, pues, ofrezco esta obra para que, como un Sol, hagas brillar de forma deslumbrante el honor y la gloria de este sexo que es el tuyo.

Salud y dicha a ti, y entre todas las mujeres más ilustres y de más elevados linajes a ti el honor, la gloria y la absoluta perfección. (…)

Si dejamos aparte el alma de esencia divina y entramos en todo cuanto constituye el ser humano, deberemos reconocer que la ilustre especie femenina es infinitamente superior, me atrevería a decir, a la burda gente masculina. (…)

La mujer ha sido creada tan superior al hombre como superior es el nombre que ha recibido. Pues mientras Adán significa tierra, Eva debiera traducirse como vida ; en este sentido, tan superior es la vida sobre la tierra como la mujer es superior al hombre. (…)

Prosigamos ahora nuestro discurso: si consideramos la materia de su creación, la mujer es superior al hombre, pues su creación no exigió una materia inanimada o un limo vil, sino una materia purificada, dotada de alma y vida, esto es, un alma razonable, partícipe de la divina inteligencia. A esto cabe añadir que Dios creó al hombre tomando una tierra que, por su propia naturaleza y mediando la influencia celeste, produce animales de toda especie, sin embargo a la mujer la creó Dios mismo, al margen de toda influencia celeste y de toda acción espontánea de la naturaleza, sin contribución de fuerza alguna; y si en ella se descubre una cohesion absoluta, entera y perfecta, veremos que el hombre tuvo que perder la costilla que sirvió para crear a la mujer, Eva. Y esto aconteció durante el sueño de Adán, sueño tan profundo que ni siquiera notó que le había sido sacada una costilla, costilla que Dios sacó del hombre para dársela a la mujer. En consecuencia, si el hombre es una obra de la naturaleza, la mujer es una creación de Dios. Y cabe decir que, generalmente, la mujer es más visitada por el esplendor divino que el hombre y que con frecuencia es más colmada del mismo, como se puede constatar si consideramos su primor y extraordinaria belleza. (…)

En primer lugar, sabemos con certeza que Dios bendijo al hombre a causa de la mujer, como si el hombre hubiese sido juzgado indigno de recibir la bendición antes de que la mujer fuera creada. Éste es el sentido del proverbio de Salomón: Aquél que halla una buena mujer halla la dicha, es una gracia que ha recibido del Señor , y del pasaje del Eclesiástico: feliz el esposo cuya mujer es buena, doblado será el número de sus años . Ningún hombre podrá ser comparado en dignidad al que haya sido hallado digno de tener una buena mujer, que es, como dice el Eclesiástico: una gracia que supera toda gracia . Por eso Salomón, en los Proverbios, la llama corona del hombre y, Pablo, gloria del hombre . Mas la gloria es, por definición, el cumplimiento y el punto de perfección del ser que preservera en su ser y se deleita en su fin cuando ya nada le puede ser añadido para aumentar su perfección. La mujer es, por tanto, el cumplimiento, la perfección, la bondad, la bendición y la gloria del hombre y, según Agustín, la primera compañía del género humano en su condición mortal. Por eso todo hombre la debe amar necesariamente, pues aquél que no la ame, aquél que muestre odio hacia ella, no sólo queda excluido de todas las virtudes y de todas las gracias sino que incluso queda despojado de su caracter humano.

Tal vez convendría mencionar aquí los misterios de la Cábala, que explican cómo Abraam, tras haber obtenido la bendición de Dios a causa de su mujer Sarah, fue llamado Abraham, diciéndonos que la letra “h” añadida al nombre del hombre fue tomada del nombre de la mujer ; asimismo nos dicen que la bendición vino a Jacob de una mujer, su madre, que la había adquirido . En las santas escrituras abundan pasajes similares a estos, pero no es este el lugar apropiado para desarrollarlos. Así pues, la bendición fue dada a causa de la mujer, y la ley a causa del hombre, y fue ésta una ley de cólera y maldición, pues fue al hombre a quien había sido prohibido comer del fruto del árbol y no a la mujer: fue el hombre quien trajo la muerte, no la mujer. Y todos nosotros hemos pecado en Adan, no en Eva, y soportamos la carga del pecado original no por la falta de nuestra madre, que es mujer, sino por la de nuestro padre, que es hombre. Y por eso la antigua ley ordenaba la circuncisión en los machos y advertía que se dejara a las mujeres sin circuncidar , pues, sin duda, la intención era castigar el pecado original en el sexo que había pecado. Diré además que Dios no castigó a la mujer por haber comido, sino por haber dado ocasión al hombre de hacer el mal, cosa que ella hizo por ignorancia e impulsada por la tentación del diablo. Así pues, el hombre pecó con completo conocimiento, mientras que la mujer cayó en el error por ignorancia y porque fue engañada.

Ella fue la primera a quien tentó el diablo, pues sabía que era la más excelente entre todas las criaturas, y por eso, según palabras de Bernardo, el diablo, viendo su admirable belleza y entendiendo que era tal y como la había conocido ante la luz divina, cuando por encima de todos los ángeles ella gozaba de la conversación de Dios, tomó a la mujer, en razón de su excelencia, como único objeto de celos.

Por eso Cristo, que nace a nuestro mundo en la más gran humildad para expiar por medio de esa humildad el pecado del primer padre, tomó el sexo masculino, más humilde, y no el sexo femenino, más elevado y noble. (…)

Añadiremos a este testimonio un privilegio natural entre los animales: el hecho de que el rey de todos los animales y el más noble de entre ellos, el águila, siempre es hembra y jamás es macho. Los egipcios nos han contado por su parte que no existía más que un fénix y que era hembra. Por el contrario, la serpiente “reyezuelo”, llamada basilisco, la más funesta de todas las serpientes venenosas, siempre es macho y jamás puede nacer como hembra.
Cabe decir además que la excelencia, la bondad y la inocencia del sexo femenino pueden ser ampliamente demostradas por el hecho de que los hombres son el origen de todos los males, lo cual puede decirse muy rara vez de las mujeres. (…)

En efecto, sólo los malos maridos tienen malas mujeres pues, por buenas que sean, se corrompen por los defectos de sus maridos. Si a las mujeres les hubiera estado permitido hacer leyes y escribir relatos históricos, piensa en la cantidad de tragedias que hubieran podido escribir sobre la maldad inconmensurable de los hombres, entre los que encontraríamos una turba de homicidas, ladrones, raptores, falsarios, incendiarios, traidores. Incluso en tiempos de Josué y del rey David los hombres cometían sus latrocinios en grupos tan numerosos que siempre había entre ellos jefes de banda, de los que aun hoy podemos encontrar en buen número. Y, asimismo, todas las prisiones están llenas de hombres, y los patíbulos rebosan por todas partes cadáveres de hombre.

Por el contrario, las mujeres han inventado todas las artes liberales, y cada virtud, y cada beneficio, como lo muestran inmejorablemente los nombres femeninos de estas artes y de estas virtudes. (…)

En cuanto a Abraham, por más que la escritura lo haya llamado justo a causa de su fe, pues creyó en Dios, tuvo, sin embargo, que someterse a su esposa Sara, y recibió de la voz de Dios la siguiente orden: Lo que te diga Sara, cumplelo en todas sus palabras . (…)

Mas, para que nadie dude que las mujeres tienen las mismas posibilidades que los hombres, demostrémoslo con ejemplos, y así descubriremos que no hay hazaña, sea cual sea el talento, realizada por los hombres que no haya sido llevada a cabo por las mujeres con igual brillo. (…) Salustio nos da a conocer a Sempronia y a la jurisconsulta Calpurnia, y si en nuestros días no se hubiese prohibido a las mujeres cultivarse, aún hoy mujeres muy instruídas pasarían por ser más inteligentes que los hombres.

¿Y qué decir del hecho de que las mujeres parece que sin dificultades superen naturalmente a los especialistas de todas las disciplinas? ¿No se jactan los gramáticos de ser los maestros del buen lenguaje? Pero ese buen lenguaje, ¿acaso no lo aprendemos más de nuestras nodrizas y madres que de los gramáticos? ¿No fue su madre, Cornelia, la que formó la notable elocuencia de los gracos? ¿No fue su madre quien enseño el griego a Sili, hijo del rey escita Aripito? Los niños nacidos en colonias extranjeras, ¿acaso no conservaron siempre su lengua materna? ¿Por qué razón Platón y Quintiliano recomendaron prestar tanto cuidado a la selección de una buena nodriza para los niños sino para que les enseñasen una lengua y una conversación correcta y distinguida?
Ocupémonos ahora de cuestiones frívolas y de las fábulas de los poetas, así como de las disputas palabreras de los dialécticos. ¿Acaso no los superan las mujeres en todos los terrenos? En ninguna parte existe un orador dotado con un talento tan grande que sea capaz de superar en persuasión a la última de las prostitutas. (…)

Así pues, los hechos que he citado para gloria de las mujeres son menos numerosos que los que he silenciado, pues no soy tan ambicioso como para pretender contener en un tratado tan pequeño toda la excelencia y todas las infinitas virtudes de las mujeres. Nadie es capaz de resumir las infinitas alabanzas que merecen las mujeres, ellas, que están en el origen de nuestro ser, ellas, que aseguran la conservación del género humano, el cual estaría sin ellas abocado a la pérdida, ellas, de quien depende toda familia y todo estado.
Todo esto no era ignorado por el fundador de Roma, el cual, careciendo de mujeres, no dudó en emprender una guerra sin cuartel contra los Sabinos a fin de raptar a todas sus hijas, pues sabía que un poder como el suyo estaba expuesto a un rápido fin sin la intervención de las mujeres. Cuando finalmente los Sabinos se apoderaron del Capitolio y una cruda batalla y sangrientos enfrentamientos se sucedían en el foro, las mujeres acudieron para interponerse entre los dos ejércitos poniendo fin al combate; finalmente hicieron la paz y concluyeron un tratado que marcó el principio de una perpetua amistad. Por esta razón Rómulo dió el nombre de las mujeres a las Curias y, con el convenio de los romanos, fue estipulado en los registros oficiales que la mujer no tuviera que moler ni cocinar, y que estuviera prohibido a la esposa y a su marido aceptar donaciones el uno del otro, pues todos sus bienes eran comunes. Y desde ese momento se siguió la costumbre de que el joven marido, cuando introducía a su esposa en la casa, le dijese: Dónde tú estás, yo soy, significando con ello: Dónde tú eres soberano, yo soy soberana. Tú eres el amo, yo la ama. (…)

Un texto legal dice: Una esposa resplandece con la gloria de su marido, hasta el punto de alcanzar el esplendor y el grado de dignidad de su esposo. Por eso la mujer de un emperador se llama emperatriz, la de un rey, reina, la de un príncipe, princesa, y será ilustre sea cual sea su nacimiento. (…)

Antiguos legisladores y teóricos del estado como Licurgo y Platón, hombres de peso por su sabiduría y enteramente competentes por su conocimiento, sabiendo, merced a los secretos de la filosofía, que las mujeres no son inferiores a los hombres ni por excelencia de espíritu, ni por fuerza fisica, ni por dignidad de la naturaleza, sino que por el contrario son tan aptas para todo como ellos, decidieron que las mujeres se ejercitaran con los hombres en la lucha, en la gimnasia y en todo lo concerniente a la formación militar, el arco, la honda, el lanzamiento de piedras, las flechas, en las justas de armas, tanto a caballo como a pie, y para saber disponer el campo, las líneas de batalla y para dirigir ejércitos: en resumen, sometieron a hombres y mujeres a idénticos ejercicios.

Si leemos a los historiadores antiguos dignos de crédito, descubriremos que en Getulia, entre los Bactrios, y en Galicia, era costumbre que los hombres se entregaran al ocio mientras las mujeres cultivaban la tierra, construían, comerciaban, montaban a caballo, combatían y, en definitiva, practicaban todas las actividades corrientes de los hombres de hoy. (…)

Pero en nuestros días, la excesiva tiranía de los hombres ha prevalecido sobre el derecho divino y las leyes naturales, y la libertad que fue otorgada a las mujeres les es prohibida por medio de leyes injustas, suprimida por la costumbre y el hábito, reducida a la nada por la educación. En efecto, apenas nace, la mujer es mantenida en el ocio y postergada en la casa desde sus primeros años y, como si fuera incapaz de funciones más importantes, no tiene más porvenir que la aguja y el hilo. Después, cuando alcanza la pubertad, se la entrega al celoso poder de un marido o se la encierra para siempre en un claustro de religiosas. Los cargos publicos les están prohibidos por la ley; ni tan sólo a las más prudentes de entre ellas les está permitido aplicar una acción de justicia. Son excluidas del ámbito de la justicia, de los juicios, de la adopción, del derecho de ser oposición, de la administración, del derecho de tutela, de los asuntos de sucesión y de los procesos criminales. Se las excluye también de la predicación de la palabra de Dios, contradiciendo con ello a la escritura, en la que el Espíritu Santo, por boca de Joel, les prometió: También vuestras hijas profetizarán , como sucedió efectivamente en los tiempos de los apóstoles, cuando enseñaban públicamente, como sabemos de Ana, esposa de Simeón , de las hijas de Felipe y de Priscila, esposa de Aquila.

Pero nuestros nuevos legisladores tienen tan mala fe que no tienen en cuenta el mandato de Dios, y han decretado según su propia tradición que las mujeres, antaño siempre consideradas como naturalmente eminentes y de una destacable nobleza, son de condición inferior a los hombres, como los vencidos ante los vencedores, y esto sin ninguna razón o necesidad natural o divina, sino tan sólo por presión de la costumbre, de la educación, del azar o de cualquier situación tiránica.

Otros se apoyan en la religión para ejercer su autoridad sobre las mujeres, y fundamentando su tiranía en las santas escrituras tienen constantemente en la boca la maldición dirigida a Eva: Estarás bajo el poder de tu marido y él te dominara . Si se les responde que Cristo ha puesto fin a esta maldición, objetarán invocando las palabras de Pedro y añadiendo las de Pablo: Que las mujeres estén sometidas a los hombres, que las mujeres estén calladas en la iglesia , pero quien conozca los diversos tropos de la escritura y sus diversos modos de expresión, verá facilmente que estas frases tan sólo se contradicen en apariencia. En efecto, hay un orden en la iglesia que coloca a los hombres por delante de las mujeres en lo concerniente al ministerio, así como los judíos han sido colocados antes que los griegos en lo concerniente a la promesa. Sin embargo, Dios no muestra ninguna preferencia por nadie, pues en Cristo no hay ni sexo masculino ni sexo femenino, sino una criatura nueva . A esto hay que añadir que muchas ofensas contra las mujeres han sido atribuidas a los hombres por su dureza de corazón , como por ejemplo los repudios que en otro tiempo les estuvieron permitidos a los judíos, pero estas ofensas no disimulan en modo alguno la dignidad de las mujeres, pues si sus maridos faltan a su deber o cometen una falta, las mujeres tienen poder para pedir un juicio que traiga la vergüenza sobre ellos. La Reina de Saba hubo de juzgar a los hombres de Jerusalén . Así pues, aquéllos que justificados por la fe se han hecho hijos de Abraham, es decir, hijos de la promesa , están bajo el poder de la mujer y sometidos al mandato que Dios dio a Abraham: “Sea lo que sea lo que te diga tu mujer Sara, obedece sus palabras” .

Ahora, para resumir lo dicho hasta ahora con la mayor brevedad posible, diré como conclusión que he mostrado la preeminencia del sexo femenino a partir de su nombre, orden, lugar y materia de su creación, y que la dignidad superior al hombre la ha recibido la mujer de Dios. He proseguido mi demostración apoyándome a la vez en la naturaleza, en las leyes humanas, en diversas autoridades, en diversos razonamientos y en diversos ejemplos. Sin embargo, por abundante que haya sido mi argumento, he dejado muchos puntos por tratar, pues lo que me ha movido a escribir no ha sido ni la ambición ni el deseo de hacerme valer, sino el deber de hacer honor a la verdad. Temía que guardando silencio me atormentase la sensación de haber cometido una suerte de sacrilegio por robar con un silencio impío las alabanzas que le son debidas a un sexo tan celoso de Dios, como si hubiese enterrado bajo tierra un tesoro que me ha sido confiado.

Si alguien, siendo más minucioso que yo, descubriese un argumento que yo no haya contemplado y juzgase que sería bueno añadirlo a esta obra, lo consideraré no como una acusación a mi obra, que es buena, sino como una contribución a la misma en la medida que la mejorará por su talento y su saber.

Y para que esta obra no acabe siendo un volumen demasiado grueso, he aquí su fin.»

– Cornelius Agrippa (1486-1535), “De la nobleza y excelencia del sexo femenino”

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